La semana pasada es, sin duda alguna, la semana que me cambió la vida. Sentir que de un momento a otro, tu vida pasa a convertirse en un estado tan frágil, definitivamente te hace reconsiderar todos los aspectos y respirar de forma diferente. Cuántas veces alguien nos ha dicho: ¡valore su vida!, y respondemos que sí, sin saber que solamente por inercia vivimos atrapados en un espiral vertiginoso todos los días con una rapidez mundana que no nos da tiempo ni de reconsiderar, cuál o por qué nuestra vida. Hasta que pasa algo que te marca, y allí decides empezar a valorar enteramente el estar vivo.
El día miércoles de la semana pasada, por cuestiones de trabajo, viajé a Petén. Era un viaje de reconocimiento de mercado. Aparte de escribir, me dedico al mercadeo y ésta era una zona que nunca había visitado. Había estado, múltiples veces, en Occidente, en Oriente, en el área Sur. Pero el área Norte la había dejado allí, y había llegado el momento de hacer una visita. Decidí adentrarme a una tierra de pocos dueños y muchas quejas. Todo apuntaba a que las cosas serían, como siempre, normales: me hospedaría en Flores, que es un área supuestamente turística, por dos noches, ¿qué podría pasar?
Aterrizamos el miércoles muy temprano. Llegamos a las 7 am, pocos turistas internacionales o locales; muchas personas de trabajo, evidenciadas por los diferentes uniformes que ya portaban. Ese día me dediqué a ver mercados abiertos y al llegar a Flores, las personas locales evidentemente querían tratarme con la mejor de las hospitalidades. Comimos en Raíces, un restaurante famoso por excelencia en la isla, donde la vista al lago es impresionante y ofrecen incluso visitas en una lancha a diferentes puntos turísticos dentro de la zona. Han sabido desarrollar, a su manera, el turismo que de las ruinas se mueve en las tardes a esta área más “desenfadada”. Esa noche decidí quedarme en el hotel descansando: tenía que escribir una columna para Siglo21, y hacer una serie de proyectos para mi cierre de maestría en Escuela de Gobierno.
Al día siguiente, mi compañero de trabajo pasó por mí temprano para dirigirnos a un área de oportunidad de mercado: Melchor de Mencos. La misma tierra de donde nació la “Doña”, un área que ha estado ahora más que nunca bajo una tensión fuerte, al ser la frontera con Belice, luego de los altercados que se han suscitado entre ambos países, reactivando el problema que existe -siempre tan latente- con nuestros vecinos. Al llegar a Melchor de Mencos, se respira una tensa calma. Ya no se ven beliceños pasar de un lado para el otro, ya no es casual como antes. Estar en la frontera es evidenciar dos mundos: los beliceños jamás se identificarán como centroamericanos, desde su lenguaje (una especie de inglés muy tropicalizado), sus construcciones, su forma de vida. Todo es tan distinto, que coexistimos en un espacio tan pequeño con dos culturas diametralmente opuestas. Se evidencia el traspaso que existe de contrabando, en donde sobresalen los cigarrillos que nos invaden desde China, volviéndose una guerra intensa a nivel de narcotraficantes y militares. Puestos de registro.
Regresamos de Melchor de Mencos a las 6:30 pm. Mi compañero de trabajo se ofreció esa noche, amablemente, a llevarme a tomar algo y cenar en Flores. Era momento de conocer un poco de lo que tanto hablan todos de la isla. Su vida, su turismo, su hospitalidad. Los restaurantes tienen vistas impresionantes al lago, lo que recuerda la majestuosidad de nuestra tierra, aunque cooptada, pero nuestra. A las 11 pm, mi compañero de trabajo me pasó dejando al hotel luego de una noche interesante en Flores. Entrando, fue cuando decidí preguntarle al dueño del mismo si vendía cigarrillos. La peor decisión de mi vida.
Me dijo que no. Que los cigarrillos los vendían en la esquina, en uno de los únicos lugares donde aceptaban tarjeta de crédito. Sin pensarlo dos veces, creyendo que por ser una zona turística y con lugares abiertos a esa hora, caminé de nuevo hacia la esquina esperando conseguir los infames cigarrillos. Pagué, y en ese momento un tipo por detrás me dijo: “dame todas tus mierdas”. Con mucho gusto, repliqué, sin esperar que por delante me iba a aparecer otro sujeto dándome inadvertidamente un solo golpe en la cara que me dejó viendo luces, y entre tres personas me empezaron a dar la paliza de mi vida. En cuestión de 5 minutos, había quedado como que era berenjena hinchada, con hematomas y contusiones severas en la cara. Si era un robo, parecía que estaban determinados a destruirme el rostro, más allá de solamente llevarse la billetera y el pinche celular.
Gracias a Dios, la persona de la tienda llamó una ambulancia. Allí es donde empiezo a recordar nuevamente, cuando me llevaban al Hospital Nacional “Dr. Antonio Penados del Barrio” en San Benito, Petén. Si un hospital estatal en la capital es deprimente, ya se podrán imaginar en el departamento más lejano cómo está la cosa. No había ni siquiera hielo para poder ponerme en las inflamaciones. El agua estaba racionada según el paciente. Hicieron todo lo posible por coserme las heridas más prominentes, pero era más que evidente que el desfalco que han hecho del Estado, dejó todos estos centros hospitalarios en la peor ruina. Los doctores hacen milagros con lo que tienen. Mi total admiración para enfermeros y doctores que se entregan a sus pacientes, sin tener ni siquiera una jeringa. En mi cabeza, la canción que más se me venía era el “Niágara en Bicicleta” de Juan Luis Guerra. Era cierto, “no me digan que no tienen anestesia, y que el alcohol se lo bebieron, y que el hilo de coser, fue bordado en un mantel”.
Quedé dormido, y desperté a las 6 am por el mismo shock, cuando varios enfermeros fueron a sacar a la persona que estaba en la camilla del lado derecho porque había fallecido en la madrugada. A los minutos, entra otro doctor a confirmarle a la persona que estaba en la camilla al lado izquierdo, que por la baleada que le habían propinado la noche anterior, ya no iba a poder caminar nunca más. Esto me hizo reflexionar, que aunque con la cara desecha y un ojo muy mal, mi problema se quedaba corto al lado de las realidades de estos mis vecinos. Y agradecí la vida.
Una enfermera a las 6 am se apiadó de mí y me dijo: “si quiere llamar a alguien, yo le presto un segundo mi celular. Pero llame a alguien”. Y así fue. Logré avisar a mi madre y mi novia, que estaba, luego de una paliza que me dejó tonto, en el Hospital de San Benito. Ellas se encargaron ya de avisar a la empresa, y así me localizaron para irme a recoger y, gracias a gestiones que hiciera mi padre, irme lo antes posible de Petén a la capital vía aérea. Yo agradezco tanto haber tenido esta oportunidad, pero ya he vivido lo que es estar en un centro hospitalario con tan pocas oportunidades de salvarse. Esta misma semana, mientras me recuperaba en el hospital, miraba las noticias de cómo hicieron un cuchubal y cooperacha para los ladrones del Patriota. Y pensé, que todo en la vida debe pagarse, ya sea por justicia terrenal o Divina, porque cómo será posible que en aquel hospital no había ni hielo y estos malparidos se regalaban helicópteros para saciar su ambición maldita.
Me internaron una semana en el Hospital Maranatha, el mismísimo nosocomio que mandara al carajo a Juan de Dios Rodríguez cuando quiso buscar posada para no ir a la cárcel por el caso de IGSS PISA. Debo agradecer todas las atenciones, que fueron espectaculares, de todos los enfermeros, doctores y personal de este hospital. Me hicieron sentir mejor: mi ánimo subió rápidamente, algo que sin duda promueve una pronta recuperación. El día martes 8 de junio me operó el excelente Cirujano Maxilofacial Gustavo Aguja, porque las tomografías apuntaban a que tenía una fisura y el nervio óptico atrapado. A la hora de operarme, bajo una conclusión de rango portentosa, resultó que la fisura no estaba y el nervio ya no estaba atrapado. Al salir, celebramos: todo apuntaba a que mi recuperación sería más pronta y mi vista, gracias a Dios –mil y una veces- estaba intacta.
Aún tengo la cara, como bien dicen, magullada. Los ojos rojos, súper hinchados. Puntos en la cara. Pero estoy vivo: gracias a Dios estos infelices no atentaron contra ningún órgano vital, y aunque quisieron dejarme feo, quizá logre componerme. Hoy agradezco tanto un día más, porque es en estas circunstancias que te das cuenta lo frágil, realmente frágil, que es la vida. Esas circunstancias “improbables”, como que te den la “trancazeada” de tu vida en Petén, resulta que sí pasan. Y no se lo deseo a nadie, pero pasan y debemos estar alertas a que, simplemente, ningún lugar está libre de infelices que anden buscando hacer daño.
Agradezco tanto a todos los que estuvieron pendientes de ver cómo estaba. En estos momentos, uno se da cuenta del apoyo que tiene de tantas personas, que solo te inyectan fortaleza y fe en uno mismo. Sigo para adelante, sin duda de que lo mejor está por venir, y con más ánimos que nunca para entregarme a lo que me gusta: mi trabajo, mi familia, mis amistades y mis pasiones, como ésta: escribir, y poder decir que muy felizmente estoy hoy, agradecido sobre todo, contándoles mi historia.