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miércoles, julio 2, 2025

Las manifestaciones de CODECA y la paradoja del buen salvaje

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Julio Abdel Aziz Valdez

Manifestaciones como la acontecida el jueves 18 de febrero no tienen nada de sorprendentes, es más forman parte del proceso formativo que CODECA tiene para sus bases, es la forma como la organización sale de su marginalidad social y se presenta ante la opinión pública citadina como el recordatorio perenne que ahí están, ¿esperando? No, están al acecho a juntar más y bueno en determinado momento hacerse del Estado, nada nuevo en esta organización, como otras muchas que abundan en la historia democrática guatemalteca.

Una vez determinado que no hay sorpresa en el hecho de un grupo de ciudadanos marchando por lo que creen o porque les hayan ofrecido un viaje gratis con viáticos a la ciudad, si me sorprende los comentarios de apoyo que se vierten en las redes, muchos asumen que detrás de esta marcha esta el futuro de la liberación de la opresión que vivimos los guatemaltecos, como que en los zapatos humildes y en las vestimentas regionales existe toda la solvencia moral del mundo por el hecho, indiscutible, de su condición de pobreza y peor aún tan solo por su identidad cultural o dicho en otras palabras por el simple hecho de ser indígenas.

Ese intelectual de izquierda que detrás de sus elogios asume que su ser solidario hacia el pobre y hacia el indígena es una especie de deuda histórica y que por lo tanto asume que todo lo que salga de la boca de aquel “eternamente jodido” es válido, el buen salvaje vuelve a la palestra, los golpes de pecho de quienes asumen haber nacido en el espectro cultural errado, el ser ladino-mestizos de clase media al parecer es una carga muy pesada para estos solidarios intelectuales que creen que hubieran estado mejor de haber nacido en una aldea campesina sin luz eléctrica, drenajes y en la más abyecta pobreza pero CON SOLVENCIA MORAL para exigir que la rueda de la historia retroceda en favor de la necesidad de un super Estado totalitario.

Si bien es cierto la pobreza es un problema acuciante y lacerante  que ofende, o debería ofender, la sensibilidad de cualquier persona, la dirigencia de CODECA no escatima esfuerzos en manipular a propios y ajenos en cuanto a la realidad de tal condición, sus reclamos que enarbolan la tan tergiversada bandera de la desigualdad como si las clases medias citadinas o las presentes en las cabeceras municipales y departamentales le debieran al Estado tal inequitativo trato, o vaya en su profundo y abyecto discurso esencialista étnico, como si el Estado racista hubiera preferido a determinados constructos culturales sobre otros y eso explicaría de manera sencilla porque algunos tienen más que otros.

El buen salvaje no solo es el sujeto de la narrativa de una eterna victimización sino de la eterna inmovilidad, ese intelectual devenido a dirigente o el dirigente en su papel intelectual imponen la idea que el ser pobre les da solvencia moral y seguirán teniendo solvencia en tanto sigan por la eternidad siendo pobres, esa visión enfermiza oculta esa conciencia solidaria del activista, militante o simple simpatizante cuando reclama a sus pares en la ciudad cuando se molestan por los atascos o por los delirantes reclamos y posiciones que plantean.

La renacionalización que en otras palabras es el reclamo por el crecimiento de un Estado ineficiente y corrupto, esto además se contradice cuando reclaman que las acciones de ese Estado, que aún no es mínimo, es abiertamente corrupto, es claro que esos dirigentes manipuladores le han metido a la cabeza de los entusiastas manifestantes que la solución a la corrupción está en agrandar al Estado o vaya en multiplicarlo en una serie de entidades “plurinacionales” propuesta que no es por demás comentar que intenta retroceder a Guatemala a una condición existente a antes de la venida de los Españoles hace más de 500 años.

Ante esta falsa superioridad moral no podemos callar el contrargumento y ser enfáticos en afirmar: no tienen razón, están equivocados, ellos no representan a los indígenas ni representan a los pobres, y no tengo porque sentirme culpable por mi condición de clase y menos aún por mi constructo cultural.

 

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