Entre suposiciones y ausencia de razones, el Presidente resolvió explicar los motivos de su resolución. No tenía que hacerlo -según dijo- así que gracias por su gentileza democrática hacia quienes representa y pagan su salario. Cómo un acto de lealtad a la patria y por haber sobrepasado sus atribuciones al presionar al Congreso, fue la justificación para decretar la expulsión del Comisionado. De haber sido así, y no un berrinche oportunista por estar señalado de cometer un delito -al igual que su hijo, su hermano y diputados de su partido- debería haberlo manifestado hace tiempo, pero en Naciones Unidas no hay queja alguna del actuar del jefe de la CICIG.
Se podrá o no estar de acuerdo con Iván Velásquez, achacarle diversos errores o incluso posicionarlo en un determinado sector del espectro ideológico, pero esto que ocurre es un intento golpista sustentado en la venganza y en el interés por no seguir limpiando el país de delincuentes. No hay que darle muchas vueltas al tema. Estén atentos al Congreso y cómo botarán el antejuicio.
En medio de este lodazal, se encuentran atrapados millones de ciudadanos honestos que deben tomar cartas en el asunto antes de que un grupito de descerebrados retome nuevamente el control del país y continúe con cooperachas, líneas, puertos, aeropuertos, carreteras, medicamentos, construcciones, sindicalizaciones y otros formas de robar fondos públicos. De momento, la Corte de Constitucionalidad ha puesto un alto temporal cuyas bases algunos cuestionan y otros justifican. Cualquiera que sea la decisión final, hay que asumir el destino más fieramente que en 2015, porque ahora se sabe de algunos que están detrás. Es momento de convertirse en ciudadanos de tiempo completo y decir no a la ruptura del orden, a la manipulación de la justicia ni a la protección del crimen organizado.
El país se salva o se pierde en las próximas semanas y seremos parte de esa historia. Se pudo con Baldizón y con el PP, ahora, a la tercera, seguramente vaya la vencida para derrotar a criminales profesionales. Es un duelo por el que hay que pasar si queremos cambios, pero el país se lo merece. Luego, no nos quejemos.