Julio Abdel Aziz Valdez
Como en casi todo el continente americano, la derecha ha sido definida no por sus activistas sino por sus detractores. Cientos de intelectuales de izquierda hablando de sus enemigos, y en el caso de Guatemala, que es donde se vivió un enfrentamiento armado con cauda de miles de muertos, dicha intelectualidad ha sido tan aventurera que al describir a su antítesis de paso se encumbra moralmente, una total paradoja que encierra una deficiencia.
Los guatemaltecos, contradictoriamente, no somos de etiquetas, si no es para ubicarnos como dijimos en ese encumbramiento moral, ejemplo: lo maya, la mujer, el campesino, el pobre y ahora los lgtbi, incluso resulta muy interesante que la izquierda misma tiene esos problemas de identidad ya que son incapaces de asumir su identidad y prefieren autodefinirse como progresistas, anticorruptos o peor aún como democráticos lo cual no deja de ser hilarante, ya que creen incluso estar por encima de la misma etiqueta.
Pero la derecha resulta ser más compleja, y es que en medio de la imponente maquinaria intelectual que clasifica a todos, a veces se ha incurrido en reafirmar el estereotipo o sea, definirse en principio como el enemigo o la contra parte de todo lo que representa al otro, y eso al final no dice nada.
El liberalismo real, la lucha por la libertad sin ambages, la igualdad real y efectiva ante la ley, la lucha contra el totalitarismo tanto de las ideas y el fomento del real y efectivo sistema de libre mercado, esto entre otras tantas cosas.
La derecha, desde mi perspectiva no representa a los dueños de grandes empresas, representa la libertad de emprender y de competir, no desprecia a los pobres, le molesta la pobreza que hace que esos millones de personas no puedan desarrollar su proyecto de vida, lucha contra la corrupción denodadamente porque esta corroe la sociedad. Está convencida que la ley debe aplicarse parejo sin etiquetas ni preferencias.
A la derecha le molesta el clientelismo disfrazado de populismo barato que hace del ciudadano un títere del político, defiende a toda costa el derecho a la propiedad privada, lucha porque el Estado deje de meterse en los asuntos personales y el proyecto de vida de los ciudadanos. Antepone la vida desde su concepción y rechaza vehementemente cualquier intento de imponer agendas disfrazadas de inclusión que intentan destruir a la familia natural, hace de la lucha contra la delincuencia común y el crimen organizado un asunto de seguridad nacional, defiende al ciudadano y preserva su derecho a defenderse incluso frente al mismo Estado.
Y aun cuando pareciera ser algo irrelevante dado lo mucho que se permitió que la narrativa se instalara en la mente de millones de nuestros coterráneos, es necesario construir una versión diferente a lo sucedido durante el enfrentamiento armado interno, no es posible que se siga inoculando veneno y mentiras que finalmente solo sirven para elevar a políticos que al ser incapaces de mostrar su valía en urnas lo hacen en los espacios académicos y en la educación nacional, y las falsedades repetidas veces se convierten no solo en verdades sino en discursos para exigir resarcimientos que desangran el erario nacional, cuotas de poder no merecidas o peor, justifican, con dinero público, la destrucción del mismo Estado bajo el argumento de deudas históricas y victimismos enfermizos.
Creo que es hora que se llamen las cosas como son, y calificar a los políticos a partir de lo que ofrecen, plantean y hasta lo que han hecho, ejemplo todos los candidatos de izquierda, sin excepción, son herederos de la izquierda armada, y más allá de si son de origen humilde o fieles representantes de la burguesía, tienen en común tienen cuatro obsesiones: 1. más Estado, 2. más impuestos, 4. más clientelismo y 4. más globalismo, y quien plantee esto de una manera u otra no debe ser elegido en urnas.