Imagino el horizonte de vivir 137 años como algo poético, como aquel Ismael bíblico que trasciende el tiempo. Pero incluso los sueños más simbólicos pueden apoyarse en los hallazgos científicos de este momento.
Por Ismael Cala
Recientemente se ha descrito el caso de María Branyas Morera, una mujer que falleció a los 117 años, pero cuyo ADN reveló que su edad biológica era 23 años inferior a la cronológica. En otras palabras: sus células, tejidos y funciones internas respondían más como las de alguien de 94 años. Ese descubrimiento ha reavivado debates sobre los límites reales de la longevidad humana.
Los científicos que la estudiaron no hallaron un único factor milagroso, sino una constelación de elementos protectores: un sistema inmune eficiente, una microbiota intestinal saludable comparable a la de alguien mucho más joven, un metabolismo del colesterol eficaz y mitocondrias funcionales capaces de gestionar el estrés oxidativo con alta eficacia.
Este caso subraya algo que siempre he defendido: la longevidad no es solo cuestión de genética, sino de conciencia práctica. Vivir 137 años -o aspirar a ello- exige alinear cada decisión diaria con nuestra visión interior. Comer con moderación, mantener movimiento constante, cuidar lo emocional, proteger la mente del estrés tóxico y cultivar relaciones profundas no son adornos: son fundamentos. Al observar a María, vemos que no bastan los genes más favorables si no se cultivan los hábitos que los sostienen.
Si alguna vez llego a los 137 años, mi meta no será haber desgastado tiempo, sino haber encendido vidas. Que ese número no sea un trofeo, sino la oportunidad para sembrar propósito, para que otros sueñen más lejos. No valoraremos los años por su cantidad, sino por su intensidad y coherencia.
Y aunque cada camino es personal, hay acciones simples que todos podemos cultivar: caminar al menos 30 minutos diarios, mantener una dieta basada en lo natural y poco procesado, practicar la gratitud para reducir el estrés, dormir con disciplina, ejercitar la mente con lectura y aprendizaje continuo, rodearnos de vínculos afectivos nutritivos y reservar momentos de silencio para escuchar el alma. Quizá la fórmula de los 137 años no esté escrita aún, pero sí está a nuestro alcance diseñar cada día como si fuera el primero… y no el último.
La ciencia nos regala mapas, pero el arte de la vida lo dibujamos con el alma y la decisión.
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