Hoy se cumplen 49 años del terremoto que devastó a Guatemala en 1976. El 4 de febrero de ese año, un terremoto de magnitud 7.5 sacudió al país, dejando una estela de destrucción y muerte, pero también mostró a un país solidario y resiliente.
Redacción Perspectiva
César G. tiene actualmente 68 años y entre una risa nerviosa y suspiros recordó esa madrugada que despertó a un país entero. Los momentos que vivió ese día aún permanecen en su memoria, con 19 años y en compañía de su mamá y su hermana, improvisaron una carpa en el patio de la casa, la estructura no sufrió daños, pero sí la cristalería y algunos adornos, espejos y muebles en su casa en Mixco.
“La luz no se fue, sacamos la tele y empezamos a ver las noticias de cómo había quedado todo, las casas se cayeron y no sabíamos nada de la familia”, dijo.
Las casas de adobe y teja, fueron las primeras en ceder ante la furia del sismo, y calles enteras quedaron convertidas en laberintos de escombros, según citan crónicas periodísticas.
El terremoto ocurrió a las 3:03 horas de la madrugada, y en menos de un minuto, dejó una marca indeleble en la historia de Guatemala. Al menos 23 mil personas perdieron la vida aquella madrugada, y muchas más resultaron heridas o quedaron sin hogar.
César relató que al pasar las horas y al no saber nada de sus familiares y sabiendo que muchas carreteras quedaron incomunicadas por derrumbes y hundimientos, optaron por viajar en motocicleta a Tecpán, Chimaltenango, en donde residía parte de la familia. La noticia de que una tía había fallecido a causa del sismo es un recuerdo que cada año la familia trae a la memoria.
Rosa S. con 19 años estaba esa madrugada en una casa de alquiler en zona 11, la casa colindaba con un barranco y según relata, el sismo fue tan fuerte que no le permitía pararse de la cama y al ponerse de pie se lastimó con un vidrio que había caído a causa del movimiento, pero logró salir a la calle enmedio de los gritos de la gente que vivía en cada uno de los 24 cuartos que tenía la casa.
En su caso, debieron dormir varias noches en una tienda de campaña armada en plena calle, luego decidieron viajar a su natal Chiquimula, en donde encontraron escenas desoladoras, casas agrietadas y a su familia durmiendo en el patio de la casa, pues por temor no querían permanecer en las habitaciones, pues muchas casas cayeron, dejando soterrados a sus habitantes.
A pesar de la tragedia, también surgieron héroes anónimos en medio del desastre que unió a un pueblo entero. Los días siguientes fueron una prueba de resistencia y solidaridad. Guatemala estaba en ruinas, pero el espíritu de su gente no. Poco a poco, con manos temblorosas pero firmes, comenzaron a reconstruir no solo sus casas, sino también su esperanza.
César y Rosa indicaron que no tienen miedo de volver a vivir algo así, aunque sí les preocupa las condiciones de muchas viviendas en el país, “Solo Dios sabe en qué momento vuelve a pasar, a mí no me da miedo, pero sí da pena pensar en la gente que ha construido sus casas a la Ley de Dios, sin refuerzos y los asentamientos, no quisiera volver a vivir una tragedia así nunca”, dijo Rosa.
César mencionó que “Guatemala ha cambiado mucho y siempre es bueno estar preparados ante cualquier desastre, pero lo importante es que no cobre vidas”.
Hoy, a casi cinco décadas del terremoto, las cicatrices siguen ahí, en los muros agrietados de algunas iglesias, en las historias y queda la lección de que, aunque la tierra tiemble, el corazón de un pueblo puede mantenerse firme.
El terremoto de 1976 fue un momento de gran trágico en la historia de Guatemala, pero también fue un momento de gran resistencia y solidaridad. También es un momento para recordar y honrar a las víctimas de ese día, y también aprender de la lección que nos dejó: que incluso en los momentos más difíciles, el espíritu humano puede mantenerse firme y resistir.