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sábado, diciembre 9, 2023

Mundial 2022: escenario de las Mil y una Noches que no fue obra del genio de la lámpara

El Mundial que se juega en estos días sorprende por varias características que lo hacen muy particular. Una de estas, es el lujo oriental de sus ocho estadios, que parecen palacios de las Mil y Una Noches, salidos de la lámpara mágica de algún genio. Este despliegue de lujo y poderío no hubiera podido realizarse sin el trabajo de miles de migrantes que componen la mayor parte de la población en un país que, como pocos, combina los últimos adelantos del momento con anacronismos inaceptables pero que se impusieron misteriosamente en este campeonato de fútbol.

Roxana Orantes Córdova

Qatar es un emirato de 11.581 kilómetros cuadrados, con una población de 2.9 millones, de los cuales solo el 15% es qatarí y el resto, trabajadores migrantes cristianos, hindúes y musulmanes provenientes de India, Nepal, Bangladesh y Filipinas.

Desde el Siglo XIX, el emirato es gobernado por la familia Al Thani. La religión oficial es el Islam, con predominio sunita, pero la dinastía gobernante profesa el wahabismo, otra interpretación del Islam.

Aunque el petróleo no fluye en Qatar con tanta abundancia como en otros países árabes, su principal riqueza y mayor fuente de ingresos es el gas natural. En 2013, se posicionó como la nación más rica del mundo, con US$128,647 per cápita (para los ciudadanos).

Pese a su pequeño territorio, Qatar se posicionó como un actor clave que actúa con sus vecinos en calidad de par. En 2017, cuatro naciones árabes cortaron relaciones e impusieron bloqueo económico al emirato, señalándolo de apoyar a grupos islamistas y de relaciones cercanas con Irán, rival de Arabia Saudita.

Qatar superó el bloqueo con medidas inteligentes: se retiró de la OPEP, buscó nuevos socios comerciales y ante todo, logró disponer de recursos muy sustanciosos para paliar el bloqueo.

Mundial 2022: la «fiesta» sin cervezas ni parejas abrazadas

El emirato que ejemplifica las paradojas del mundo árabe trata de conectarse al resto del mundo por cualquier medio. Esto habría impulsado a la dinastía gobernante a conseguir que la FIFA lo nombrara sede de un mundial.

Según circula hace años, por medios tan poco ortodoxos como la repartición de millones de dólares a cambio de los votos benevolentes.

Estos señalamientos apuntaron a Platini, el legendario futbolista francés, señalado recientemente por Joseph Blatter, ex presidente de la FIFA, como uno de los “responsables” con su voto de adjudicar la sede a Qatar y no a EE.UU.

El comentario de Blatter recuerda que Platini y su equipo en la UEFA votaron a favor de Qatar, luego de una reunión entre el francés y el príncipe heredero del emirato.

Blatter dijo a los medios: “Seis meses más tarde, Qatar compró aviones de combate a Francia por valor de 14,6 millones de dólares. Era por supuesto un asunto de dinero».

Como un error calificó Blatter la adjudicación. Y en cualquier caso, se trata de un evento distinto, donde el choque entre la festividad que constituye un mundial y las sombrías y represivas costumbres islámicas es más que evidente en las varias performances protagonizadas por futbolistas, quienes a su modo protestan: los iraníes no cantaron el himno, los ingleses se arrodillaron y los alemanes se fotografiaron tapándose la boca.

Ilustrativo fue ver a un inspector de la FIFA registrando cuidadosamente a un miembro del equipo alemán para verificar que no portaba el brazalete LGBT, que se prohibió para el evento.

El mundo presencia un evento sin precedentes, donde la fiesta futbolística por antonomasia se convierte en un festejo sin la alegría y expresiones (a veces exageradas) de afecto que se suelen observar en este tipo de actividad, cada cuatro años. Una fiesta de fútbol sin cervezas ni parejas abrazadas, ya que las monásticas costumbres fundamentalistas prohíben no solo el alcohol sino las muestras de afecto entre mujeres y hombres.

Los muertos del Mundial más sui géneris de la historia

El primer elemento que hace de esta Copa de la FIFA un evento sin precedentes, es que por primera vez, la federación organizadora entregó la sede a un país sin tradición futbolística y que cuenta con ocho estadios, construidos en su mayoría con vistas a albergar el campeonato, cuando la norma impone que sean 12.

Qatar es el primer país árabe anfitrión en un Mundial. También es el más pequeño donde se haya celebrado este torneo. En algunos medios se especula que cuando concluya el mundial, los estadios podrían quedar abandonados.

La infraestructura del mundial (estadios, un aeropuerto y un sistema de metro), fue construida por trabajadores que, según informes de derechos humanos y denuncias de la prensa internacional, sufrieron condiciones infrahumanas en varios aspectos, comenzando por la paga, menor que el salario mínimo en Guatemala, jornadas de 16 horas bajo un clima inclemente y la prohibición de salir o cambiar de trabajo. Literalmente, una variante de la esclavitud.

Según una investigación del informativo británico The Guardian, los obreros migrantes de Qatar trabajan 30 días al mes (sin fines de semana), y por esto reciben unos 170 euros mensuales.

Según informes de grupos defensores de DDHH, durante la construcción de la lujosa infraestructura futbolística, pudo haber miles de muertes entre los trabajadores del mundial. La mayor parte de las muertes se debió a accidentes laborales, golpes de calor y suicidios. Como dato comparativo, para el mundial de Brasil se reportaron 7 fallecidos entre los laborantes de infraestructura.

Una publicación internacional detalla que según el gobierno de Qatar, este país implementó varias reformas laborales, que lo convierten en líder en materia de derechos para los trabajadores. La FIFA coincide con esta apreciación.

 

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