Cerrar la frontera para detener la inmigración ilegal y combatir sus efectos negativos -mediante deportaciones- fue una de las principales promesas de campaña del presidente recién electo en los Estados Unidos, Sr. Donald Trump.
Por Manuel Ramírez Archila
Country Managing Partner, EY Guatemala
Es probable que no sea tan drástico desde el inicio, como se anunció. Por ejemplo, algunas comunicaciones del Geostrategic Business Group de EY a las que he tenido acceso, al abordar las implicaciones económicas, anticipan que podría impactar el Sector Consumo y Salud de la economía estadounidense ya que habría una disminución de la mano de obra inmigrante estacional. Según comenta el equipo de Bloomber Economics, aunque se espera que Trump busque rápidamente llevar a cabo deportaciones masivas, el plan puede no ser tan fácil de implementar y, para obtener resultados a corto plazo, el enfoque podría ser: (i) deportar al más de un millón de personas indocumentadas que aún se encuentran en Estados Unidos sin base legal (porque han sido condenados por la comisión de delitos o agotaron las apelaciones procesales); (ii) Revertir políticas migratorias de la era Biden, y (iii) posiblemente, buscar un acuerdo para frenar el flujo de migrantes a través del Tapón del Darién (por donde en 2023 se estima que cruzaron medio millón de personas).
Haya o no contundencia en su implementación desde la toma de posesión el próximo 20 de enero, por ser su segundo mandato, seguramente hay lecciones aprendidas que le permitirán actuar con la precisión requerida y, cuando las remesas tienen tanta incidencia en nuestra economía, no podemos permanecer ajenos a esa política exterior. Una reciente publicación de Prensa Libre Guatemala indicó que, en 2024, las remesas representan aproximadamente el 20% del Producto Interno Bruto (PIB) guatemalteco. Para ponerlo en perspectiva: ¡La quinta parte del valor total de los bienes y servicios producidos en Guatemala proviene del dinero que nuestros ciudadanos nos envían!
Hasta ahora, en términos generales, Guatemala se está enfocando en los beneficios de las remesas y la estabilidad macroeconómica. Sin embargo, es importante que discutamos si es la estructura económica deseada ya que desatender la migración en su complejidad podría activar una bomba de tiempo para nuestra economía en el largo plazo.
La meta de una macroeconomía sólida, impulsando la empresarialidad con muchas oportunidades, no puede considerar un mediano-largo plazo donde las remesas tengan tanta incidencia -en aumento- en el PIB. Es vivir con una vulnerabilidad externa que muy pronto puede impactar el tipo de cambio, presionar un desbalance económico e incrementar la inestabilidad en los hogares de escasos recursos beneficiarios de las remesas. Se trata de variables de una fórmula de conflicto social que podrían sobrepasar los mecanismos de gestión institucional.
Discutir integralmente el fenómeno de la migración también nos permitiría abordar el aspecto social-humano -entre otros-. Alguien debe plantear que no está bien que guatemaltecos arriesguen la vida, familia, amigos, salud mental y emocional para buscar oportunidades en un país que, conforme los últimos resultados electorales, no les da la bienvenida.
Enfocamos las remesas desde la perspectiva de los flujos de dinero y su efecto multiplicador, pero olvidamos que detrás hay temerarios (o víctimas de las grandes redes de tráfico de personas), que desde niños asumen que su futuro será traumático por el rechazo económico en su hogar y el rechazo social en su destino. ¿Son estas condiciones sociales-humanas de la sociedad que queremos?
La agenda del presidente electo Trump nos brinda una irrepetible oportunidad para discutir con todos los sectores y acordar planes de acción en varios frentes, entre los que veo:
- Abordar el corto plazo con diplomacia, jugar inteligentemente las cartas disponibles negociando políticas ganar-ganar. La lucha contra la inmigración en Estados Unidos que, como resultado desacelere el flujo de remesas, complicaría nuestra economía. Estados Unidos necesita la mano de obra de los que emigran desde Guatemala, por lo que se trata de abordarlo con el enfoque estratégico que la diplomacia requiere (como sucedería si alguno de nuestros productos de exportación estuviese amenazado de ingresar en algún mercado).
- Acelerar la inversión en infraestructura y educación, para que nuestro país deje de ser un punto de fricción inoperante en las Américas. Reforzando las posibilidades del entorno laboral local fortalecemos la producción, reducimos el riesgo de vulnerabilidad extranjera y nos permite abordar de una mejor forma el aspecto social-humano de la migración ilegal (hasta hoy institucionalmente desatendido). Esto sería un gran paso hacia las soluciones en el mediano-largo plazo.
- Adoptar urgentemente una agenda donde atraigamos inversión extranjera que permita a nuestros compatriotas ambicionar el futuro y bienestar aquí, en nuestra patria, Guatemala. Infraestructura y educación serían grandes habilitadores del éxito de esta medida.
- Transformar el sistema de seguridad social o incentivar al sistema financiero de manera que, en el sistema guatemalteco, público o privado, haya condiciones adecuadas para que cualquier aportante invierta, ahorre o contribuya a un plan de retiro digno.
La migración como fenómeno social no podrá (ni debe) detenerse. Hay una riqueza inigualable en el intercambio que construye. Pero debe ser resultado de una elección, en medio de opciones y oportunidades, y no un único camino al vacío.
Con el cambio de gobierno en los Estados Unidos y las políticas de inmigración anunciadas, las posibles consecuencias merecen la atención de todos los sectores guatemaltecos. Seguramente ya existen análisis de qué y cómo abordar el problema; aprovechemos que la discusión puede ser un punto de encuentro de actores con influencia para que pronto generemos acciones consensuadas.
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