Por Julio Abdel Aziz Valdez
Cuando vi el humo negro salir de las ventanas del edificio del Congreso me dije a mi mismo:¿acaso puede el gobierno ser tan tonto en propiciar un acto tan nefasto solo para culpar a los estudiantes? Y bueno, podría ser capaz, hay que admitirlo, si antes lo fue de asesinar y secuestrar pues quemar un edificio sería el menor de los males.
Sin embargo me acorde de algo también, en mis años mozos como manifestante estudiantil y lo pude ver a medias en los rostros ahora: siempre existió una visión romántica por destruirlo todo. Y bueno, si ahora se quema aquel viejo edificio, donde prácticamente toda la intelectualidad ha dicho que están concentrados todos los males, este bien puede ser considerado un paso adelante para aquellos que años atrás encerraron durante horas a los diputados (rescatados por la policía como en una película de Hollywood). Y entonces, podría pensarse que estos jóvenes lograron el sueño de sus antecesores: destruir el Congreso.
“Infiltrados”, dijeron algunos cuando las columnas de humo se disiparon y es que aquel acto de repudio no estaba en la agenda. Pero… ¿había agenda? ¿Había un script? ¿Acaso un acto planificado más allá de la protesta? Ya saben, consignas pegajosas, carteles hechos a mano para las redes, algún performance y en la cúspide de todo aquello un discurso rimbombante de los políticos que estaban pagando por la fiesta etc., pero no quemar el medio de vida.
Esa acusación de los infiltrados se basaba en el hecho de que entre los manifestantes había presencia de “supuestos policías” por su corte de cabello y demás. Fuera de lo estereotipado que resulta juzgar a alguien por algo tan superficial como sería un corte de cabello, es necesario aclarar que si había policías “de paisano” (como decíamos antes), esto es parte del accionar policial necesario para identificar y personalizar a los responsables directos de actos reñidos con la ley.
El problema con lo acontecido ahora, es que aún el trastorno de estrés postraumático sigue dominando en viejos políticos y envenena a los jóvenes ¿Qué significa esto? Pues asumen que esos infiltrados eran los “orejas” de antaño que señalaban a los “dirigentes” para su posterior ejecución, lo que es incongruente (y un anacronismo), en la actualidad.
Pero finalmente la acusación casi infantil de que esos infiltrados fueron los que prendieron fuego al Congreso queda desechada cuando se ve en vídeos que varias decenas de personas fueron las responsables y peor aún, al día siguiente sendos mensajes en las redes asumían la justicia inherente en este acto en todo caso era una lástima que no se hubiera consumido todo.
Esta misma lógica aparece el sábado siguiente, o sea el 28N. Con menos inversión evidente en equipos de sonido, nuevamente los instigadores pretendían que la protesta discurriera como ellos habían planificado, ya sin ellos por supuesto y como es de costumbre, que los convocados fueran movidos por sus propias motivaciones, y los que estaban en la nómina se encargaran de señalar, ante los medios pactados con antelación, de las oscuras intenciones del presidente, pero nuevamente el fuego y la violencia tuvieron una voz más fuerte que el cartel.
¿Acaso los políticos y los intelectuales que a diario lanzan acusaciones, condenas y que se regocijan de los memes en las redes creerán que su actuar pasa por alto a quienes solo necesitan una justificación para la violencia? Pues, tal como el fantasma de los infiltrados agentes del Estado entre los manifestantes está aquel que se quedó estancado en la opción violenta para tomar el poder, el manifestante que orgulloso muestra su playera del Ché, el ávido consumidor del veneno que políticos y periodistas militantes destilan contra el sistema patriarcal, racista, homófobo y finalmente corrupto. Claro, esos infiltrados también estuvieron.
Ahora la pregunta es: ¿Quiénes fueron realmente los responsables de sembrar el caos y la violencia? ¿Acaso se puede señalar a uno solo? ¿acaso, como siempre, aquellos que recurren al recurso de la victimización asumirán que su intento por dar un golpe blando se desvanece porque contradictoriamente la opinión pública no acepta tan fácilmente aquello de la “violencia necesaria o justa” como eufemísticamente se le llama al desahogo colectivo?.